El #MeToo en Estados Unidos, #Cuéntalo y #HermanaYoSíTeCreo en España, #MiráCómoNosPonemos en Argentina y el movimiento que empezó con #VaronesCarnaval en Uruguay. Son todas iniciativas que irrumpieron en distintas latitudes e idiomas, en múltiples ámbitos y con puntapiés bastante variados, pero con un objetivo común: denunciar, visibilizar y desnaturalizar la violencia sexual contra mujeres, niñas y adolescentes. En algunos casos, como en el español, los reclamos de los feminismos también apuntaban contra una Justicia que es calificada de patriarcal, misógina y sesgada.
La noticia de un femicidio siempre impacta, indigna y duele. Es la ratificación de que falló todo. Un recordatorio de que el sistema que tiene que proteger a las mujeres que atraviesan situaciones de violencia de género no lo hace, porque se sigue llegando tarde, incluso cuando denuncian. Deja al descubierto que hay algo, como sociedad, que no pudimos evitar a pesar de identificarlo y tomar acción para ello. Más allá incluso, detrás de todo esto queda instalada la idea de que ninguna está completamente a salvo.
Una primera pregunta que surge es por qué, ante reiteradas denuncias, la Justicia no tomó otras medidas para proteger la vida. ¿Por qué siguen siendo asesinadas mujeres que habían denunciado a su agresor? ¿En qué falla el sistema? ¿Quién se hace responsable? Estas preguntas siguen vigentes en muchos países y hay organizaciones, así como mujeres referentes, que trabajan para poner el tema arriba de la mesa todos los días.
Es tremendo que, a pesar de todo esto, en nuestras sociedades todavía una persona crea que puede seguir usando la manipulación como forma de violencia, de violencia psicológica, que llega a los extremos más crueles, como llegamos ahora, que coartan totalmente la libertad de la mujer, el derecho a decidir libremente con quién tener un vínculo, con quién gozar de su sexualidad, con quién gozar de sus derechos.
En estas últimas semanas, marcadas por la violencia extrema contra las mujeres, se sumó además una tentativa de femicidio en Las Piedras, Canelones, cuando el viernes 10 de noviembre una mujer de 46 años recibió un disparo en la cabeza por parte de su pareja, un hombre de 56 que, además de otros antecedentes violentos, tenía varias indagatorias por violencia doméstica.
No es la primera vez que ocurren dos o tres femicidios en muy pocos días y siempre que pasan estas cosas la sensación es de mucho dolor, bronca e impotencia, al ver que esto sigue permanentemente sucediendo y que no solamente no hay políticas de Estado que puedan cuidar y contener en el momento que esto sucede, sino tampoco en la prevención, que actúen de forma eficiente en la larga cadena de hechos que llevan a esos desenlaces.
Es así que 25 mujeres han sido asesinadas en lo que va del año, al menos hasta el momento en que escribo este artículo.
Hoy, 25 de noviembre, una fecha en que el Estado rinde cuentas sobre las medidas que ha adoptado para atender y combatir la violencia de género, debemos reflexionar nuevamente y nos duele hacerlo. En los últimos 20 años Uruguay avanzó en institucionalidad, en respuestas, en recursos, en leyes, pero no en términos de reconocer que la violencia tiene que ver con las desigualdades de género y generacionales, lo que tiene como consecuencia que no se ha avanzado en incorporar una política para transformar las desigualdades de género que hoy tenemos. Ese es el problema de raíz. En este punto, hay una responsabilidad muy grande de las autoridades educativas, que no están pensando este problema como un problema de desigualdad, que tiene que ser abordado desde las aulas, y, por lo tanto, no les están dando herramientas a las niñas y niños para poder tener vínculos libres de violencia. Porque no hay que olvidar que la mayoría de las situaciones de violencia de género en Uruguay ocurre en el contexto de la pareja o expareja, según los resultados de la última encuesta nacional sobre el tema, y es también el ámbito en el que se registra la mayor parte de los femicidios.
Uruguay cuenta con una ley de violencia basada en género muy completa, que incluye un montón de acciones, muchas de las cuales tienen que ver con la prevención, otras con el acompañamiento y con la protección de la víctima ante la denuncia, pero no están implementadas. Esta falta de implementación se debe a que no hay presupuesto, no hay intención y no hay capacitación de los operadores jurídicos a la hora de que una mujer vaya a denunciar.
Más allá de eso, todas las medidas, normativas y acciones que se han tomado claramente no son efectivas, ni siquiera desde el punto de vista formal, cuando se trata de prevenir un acto de violencia anunciado. Porque para cambiar realmente esta situación se deberá trabajar la cuestión de fondo, la necesidad de cambiar radicalmente la cultura de violencia que sustenta esos comportamientos.
Un primer paso importante para encaminar el rumbo sería que la sociedad no mire para otro lado cuando percibe que alguien de su entorno vive una situación de violencia. Cuando vos tenés una compañera de trabajo, una compañera de estudio, una vecina que percibís que está en una situación complicada, no hay que dejarla sola, hay que acompañarla, hay que darle valor, porque muchas veces nosotras estamos en ese círculo de violencia que nos impide salir, que tenemos que romper y que no se rompe solo, sino junto con otras. Después podemos empezar a hablar de otro tipo de políticas públicas y acciones que busquen cambiar esa cultura, cambiar las relaciones de poder que dan sustento a estos comportamientos. Debemos hacer un esfuerzo enorme por identificar y actuar en ese sentido. Lo que el Estado hace, su voluntad, recursos o la falta de ellos es un dato de la coyuntura. Por supuesto que podemos cambiarlo, exigir y buscar resultados, pero el verdadero cambio que garantice una sociedad sin violencia será cuando la sociedad toda asuma su responsabilidad y cambie su forma violenta de relacionarse. Para ello el Estado puede hacer mucho, pero otra parte también es la responsabilidad individual y colectiva de todas y todos quienes convivimos en nuestra sociedad.
[1] Publicado el 25 de noviembre de 2023 en https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2023/11/vivas-nos-queremos/